La locura de James Joyce y su hija
Psiquiatría. Jung habla así de la relación del dublinés con Lucia: «Son como dos personas que van cayendo al fondo del río, pero donde Joyce sabe nadar gracias a su arte, ella se ahoga»
Texto: MARÍA HERRERA GIMÉNEZ
Sábado, 4 de febrero 2023, 00:12
Considerado uno de los novelistas más influyentes del siglo XX, el nombre de James Joyce (1882-1941) constituye un referente fundamental en el panorama de las letras. Su figura ha interesado a psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas de ayer y hoy. Nace en Dublín el 2 de febrero de 1882, en el seno de una familia católica venida a menos. Con leer algunas páginas de sus últimas dos novelas (‘Ulises’ y ‘Finnegan Wake’), es fácil suponer que estamos ante un autor más bien raro. Al primer especialista de salud mental que le llamó la atención es a Jung (apodado cariñosamente «el gordo» por Joyce debido a su gran tamaño), quien afirma: «Escribe de una manera muy cercana a la esquizofrenia». Ya con esto podemos pensar que su prosa ya era rara de por sí.
Jung conoce a Joyce y a su hija Lucia, quien le llega profesionalmente muy recomendada. Para él era muy evidente que ambos estaban locos: Lucia recibe el diagnóstico de esquizofrenia paranoide y Joyce el diagnóstico de esquizofrenia latente (concepto originario de Bleuler).
A principios de los años 70 Lacan se fijó en Joyce e hizo de él el referente de su nueva teoría en el seminario 23 llamado ‘El síntoma’. De esta forma, el escritor irlandés y su obra se incorporan de lleno al discurso psicoanalítico. El interrogante es saber si Joyce está loco o no. Jose María Álvarez y Fernando Colina son dos autores que estudian la posible locura de Joyce a partir de la evidente esquizofrenia de su hija Lucia.
‘En el nombre de Joyce’ (collage analógico). Según la interpretación de Lacan el hecho de que Joyce se dedicara a «hacerse un nombre» es una consecuencia de esa carencia paterna que padecía. La fotografía del mar en la cara de Joyce es una metáfora del ‘Ulises’ y el personaje de las sirenas de la ‘Odisea’ de Homero. Porque la obra que le hizo un nombre a Joyce fue el ‘Ulises’.
Joyce y Lucia estaban locos, pero sus locuras, aunque diferentes, mantenían conexión fundamental que se puede estudiar a través de la visión, la mirada y el delirio de observación. Se puede estar loco de forma e intensidad tan distinta como la que tenían Joyce y Lucia: tan distinta como una psicosis normalizada y una esquizofrenia paranoide tal cual. Si hacemos un recorrido por su obra apreciamos una evolución: los primeros relatos son muy visuales, muy descriptivos, muy realistas y costumbristas de la gente de Dublín. Sin embargo, con el transcurso del tiempo en su escritura apreciamos cómo lo visual va dando paso al sonido, es decir, va tomando mayor importancia el murmullo de los sonidos. En toda su obra está presente la música irlandesa, ya que pese a vivir en diversas ciudades europeas (Zurich, Trieste, Roma, París, Pula), su producción está situada en el Dublín de su adolescencia y empapada de la cultura irlandesa.
De esta manera lo imaginario va dando paso a lo simbólico y, finalmente, a lo real, es decir, al sonido como tal. Así, hace del lenguaje el gran protagonista del ‘Ulises’, donde lo importante es lo que piensan los personajes, no lo que hacen. Si en ‘Ulises’ (1920) el protagonista es el día y la luz, en su última obra, ‘Finnegans Wake’ (1939), la protagonista es la noche, la oscuridad, el sonido y el sinsentido. Para esta última estuvo 17 años intentando reproducir lo que ocurre durante el sueño. A lo largo de su vida sufre 13 intervenciones quirúrgicas por distintas complicaciones oftalmológicas (uveítis, cataratas, hipermetropía). Cuando no escribía ‘Ulises’ pasaba el resto de jornada en la cama con compresas frías en los ojos. A medida que la oscuridad se hacía a su alrededor el mundo de los sonidos se intensificaba, las palabras perdían sonido y ganaban en sonoridad.
‘Penélope’ (collage analógico). Inspirado en el personaje de Penélope en el ‘Ulises’ que corre hacia su amado cuando regresa a Ítaca y su paralelismo con Molly Bloom, esposa del protagonista del ‘Ulises’ de Joyce, Leopold Bloom, en algunas secuencias de la novela. Una metáfora de la fuga, la huida… de su propia hija Lucia, su peregrinaje de psiquiátrico en psiquiátrico.
Ecos, murmullos, ruidos…
Era una persona fascinada por los sonidos, la fonética, capaz de componer melodías sonoras distintas mediante las palabras, se quedaba absorto ante su sonido para redactarlas. Conforme fue envejeciendo y sus ojos se llenaron de sombras, más vivos se volvieron para él los murmullos, los ecos, los ruidos y los sonidos de las palabras. La perspectiva visual y descriptiva de sus primeras obras se oscurece a la par que su mundo se torna azabache y el sinsentido se adueña de sus escritos.
Sus últimos años fueron muy duros: totalmente ciego y absorto en matices del murmullo, muy descuidado, no seguía ninguna de las indicaciones pautadas por sus médicos. Finalmente fallece en Zurich el 13 de enero de 1941, a consecuencia de una úlcera de duodeno perforada, en un estado de evidente abandono y psicopatológicamente muy deprimido. Sus restos se entierran en el cementerio de Zurich, cerca del zoológico. Nora siempre recordaba que lo que le gustaba y hacía gozar eran los sonidos. Cuando llevaba al cementerio a quienes lo visitaban decía: «Aquí está enterrado mi Jim, le gustaban los leones una barbaridad. Me gusta pensar que yace ahí y lo pasa bomba escuchando los rugidos de los leones, los tigres y los elefantes…».
‘La luz’ (collage analógico). Sobre la relación de Joyce con su hija, el nombre de Lucia lo decidió su padre, ‘Luz’, patrona de los ciegos y defensora de los enfermos… todo lo que ella haga o diga es lo que le guía. En este collage, Lucia lleva en el pelo pétalos de unas flores que parecen los del tul cuando ella bailaba en movimiento. Fue discípula de Raymond Duncan, hermano de Isadora Duncan. La casa boca abajo, el hogar desestructurado…
Nora fue su amante, compañera, cuidadora y madre de sus dos hijos. Él era un genio abstraido, ella una mujer muy terrestre. Para Joyce supuso un pilar fundamental en su existencia, le aportó el deseo, siempre renovado, siempre en movimiento. En 1904, el mismo año que se conocen, marchan de Irlanda, pasando la mayor parte de su vida en distintas ciudades europeas. Eran una pareja cerrada muy estrecha, casi autosuficiente. Establecen una relación especial, en la que permanecen unidos desde el primer encuentro, pegados el uno al otro. Estando juntos toda la vida se casan muy tarde, poco antes del matrimonio del primer hijo (Giorgio).
Ante este hecho ambos hijos caen en la cuenta que son ilegítimos, bastardos, aquí Lucia se descompensa y sufre su primera crisis. A partir de aquí la relación con la madre se torna definitivamente muy tensa y violenta: la golpea e insulta de forma constante. Joyce y Nora tienen una relación tan estrecha y cerrada que apenas dejan espacio a los dos hijos que tienen: Giorgio y Lucia. De hecho, algunas de las dificultades más notorias de la pareja surgen cuando se separan bien por motivo de algún viaje o por el nacimiento de los hijos.
Otro aspecto a destacar es en relación a la celotipia, Joyce conoció muy de cerca el tormento de los celos. Estos eran de una envergadura tan intensa que incluso dudó en varios momentos si Giorgio era su hijo, pues consideraba que tenía el color de los ojos distinto. Ante las crisis y desestabilizaciones que sufre incorpora al hogar a su hermano y protector Stanislaus, dos años menor, otro de sus pilares fundamentales para preservar su salud mental. Estos celos se plasmarán en su creación literaria así como la infidelidad femenina, otro de los grandes temas desarrollados por Joyce en sus novelas. Esto lo encontramos muy bien reflejado en el personaje de Molly Bloom del ‘Ulises’. De la cerrada y estrecha relación con su pareja, Nora, tan necesaria para él, y de cómo se trastocó psicopatológicamente con el nacimiento de sus dos hijos (incluso cuando nace Lucia se desestabiliza y debe ingresar en el mismo hospital en que Nora ha dado a luz), se deduce que algo tocante a la función paterna hace aguas en Joyce.
‘Odisea Bloom’ (collage analógico). Pensamiento próximo a la sensación pura. El monólogo interior de Molly Bloom: lo que una persona piensa antes de dormir, las palabras que pasan por su cabeza. MIRIAM MARTÍNEZ ABELLÁN
Creación y tormenta
Según la interpretación de Lacan el hecho de que Joyce se dedicará a «hacerse un nombre» es una consecuencia de esa carencia paterna que padecía. Joyce tenía una particular relación con el lenguaje motivo de su tormento y fuente de su creación. La creación es una de las salidas posibles para apaciguar las tormentas interiores. Los escritores tienen la capacidad de exorcizar para sacar fuera los demonios internos de la creación. En palabras de Marguerite Duras «solo la escritura te salvará».
A Lacan le parecía más riguroso explicar el arte por el síntoma. A Joyce le interesaban pocas cosas: aparte de su obra y de su familia. Era sumamente meticuloso y estaba absorto totalmente en la redacción de sus novelas y poemas, es decir, gozaba de manera especial cuando escribía. Ponía toda su líbido en la escritura: cuando escribía Ulises solo exitía éste.
El elemento genuino y característico que para Joyce constituye su síntoma es el potencial creativo en el que se encuentra un equilibrio inestable. Su síntoma lo impulsa a la creación: consigue a través de sus obras el equilibrio vital o cordura. Si alguien se dedica tanto a algo, es por algo. Escribe mucho porque busca una función en la escritura, que le aporte equilibrio. La escritura lo equilibra, es su tabla de salvación, descomponer el lenguaje, desde la correcta gramática se va hacia Lalange: donde prevalece el sonido y las resonancias, donde nada quiere decir nada.
‘Ulises’ se puede considerar una novela sinfónica más que narrativa, le daría fama universal y posicionaría su nombre en el firmamento de las letras. Encumbra el lenguaje como protagonista absoluto, la atmósfera del lenguaje y la palabra toma fuerza y hace de los tres personajes principales meros portadores de una estructura de lenguaje omnipresente, como si se trataran de ventrílocuos a través de los que el lenguaje habla de forma permanente. Realmente no cuentan los personajes sino el lenguaje.
‘El síntoma’ (assemblage). La vista de Joyce nunca fue buena: le recomiendan gafas y se las pone diez años después. Durante este tiempo absorbió muchos olores y sonidos.
Su argumento se basa en la historia de un hombre cualquiera que sucede a lo largo de un día cualquiera (16 de junio de 1904) en Dublín. Realmente ésta fecha es muy significativa en su biografía pues es este día el que conoce a Nora, su pareja. Se trata de un retrato de la condición humana a partir de gente vulgar, antihéroes por excelencia en donde se plasma directamente el proceso del pensamiento (flujo de conciencia). Crea un monólogo interior que es el pensamiento directo, el pensamiento próximo a la sensación pura. Es de destacar el capítulo último, 18, el monólogo interior de Molly Bloom: lo que una persona piensa antes de dormir, las palabras que pasan por su cabeza. Joyce consigue transportar al lector a una atmósfera de palabras en la que el sujeto se perfila como un ser intervenido por el lenguaje. Se trata de «el hombre hablado», el lenguaje habla a través de los tres protagonistas. Lo importante es lo que piensan los personajes, no lo que dicen.
Lucia permaneció en la Francia ocupada ingresada en un psiquiátrico mientras su familia huyó a Suiza en diciembre de 1940. Al mes de fallecer su padre en Zurich, un amigo íntimo de la familia, Nino Frank se traslada a París para comunicarle el fallecimiento personalmente. Para sorpresa de éste Lucia le espetó: «¿Qué hace ese idiota bajo tierra? ¿Cuándo piensa salir? Está vigilándome todo el día».
La relación entre el estado mental de Joyce y de Lucia fue señalada primeramente por Jung: «Los veía como a dos personas que van cayendo al fondo del río, pero donde Joyce sabe nadar gracias a su arte su hija Lucia se ahoga».
Perfil: un universo psicológico inspirador y sugerente
Por MIRIAM MARTÍNEZ ABELLÁN El universo psicológico de Joyce es «muy inspirador y sugerente» para la artista Miriam Martínez Abellán (Cieza, 1978), que hoy ilustra la portada de ABABOL. «Me activó las posibilidades de darle forma y hubiera seguido creando infinidad de imágenes relacionadas». Inspirándose en el texto de la psiquiatra murciana María Herrera Giménez, la artista asumió «como un auténtico reto» amalgamar palabra e imagen. El resultado es una colección de collages creados de forma manual con recortes anacrónicos de diversas procedencias, retales de seda para patronajes de los 60, reproducciones de fotos de Joyce y su familia, escenas urbanas del Dublín de la época de ‘Ulises’ y la intervención de unas gafas graduadas de la Segunda Guerra Mundial.
Publicación original del Diario La Verdad de Murcia.
04/02/23