Trémula
Tu placer
lentamente asciende
envuelto en el vaho del magma primigenio
y hay plumas de pájaros rotos en tu pelo.
Tu placer, animal escaso.
Cristina Peri Rossi
El deseo erótico irrumpe en los umbrales de nuestra percepción. Los sentidos, y aquí todos valen, lo engendran, pero es la vista la que aventaja al resto en captar sensaciones que estimulen nuestros íntimos apetitos. Aunque, antes de seguir, te prevengo, estimado lector: esta exposición se aleja de presentar lo erótico únicamente como impulso hacia el anhelo sexual, quizás una manifestación culturalmente más viril en la que el erotismo utiliza el sexo como poder y dominación. Patrones de conducta macerados durante siglos que ahora el velo de lo políticamente correcto se afana por ocultar. De hecho, hoy día el término ha entrado a formar parte de expresiones como ‘erótica del poder’, ‘del dinero’ o ‘de la fama’. Pero, como digo, aquí estamos ante la obra de una mujer y el erotismo femenino es siempre más humanizado, más estético que carnal. Al menos, la visión que tiene Miriam Martínez Abellán se acerca más a la representación de la belleza en la desnudez y en las posturas del cuerpo femenino, que a mostrarnos imágenes que persigan excitar una pasión primaria. La elección y el tratamiento de las fotografías, así como la atrayente sutilidad con la que la artista las coloca en sus composiciones dan fe de ello. Es cierto que encontramos una serie de obras en las que usa imágenes de esa primera pornografía de principios de siglo XX, postales francesas en las que mujeres, normalmente cortesanas necesitadas, posan en lencería con actitudes explícitas que nos sugieren ese lado inmoral y ‘sucio’, si se quiere, del erotismo. Pero esas estampas se convierten en el centro gravitatorio de una serie de elementos que llevan al espectador de lo tangible a un mundo de formas y líneas que tiene que ver con la imaginación abstracta de la creadora y su etérea concepción de lo venéreo. Unas fundas amarillentas de antiguos vinilos hacen de mirillas a través de las que, como repentinos voyeures, observamos los azotes que una joven dispensa a otra, con dedicación pero sin violencia, en sus níveas nalgas. Escena a la que nos aproximamos más, pegando nuestro ojo indiscreto al cristal del visor, en la doble imagen de abajo. Medias oscuras con ligueros, que dejan ver las piernas de estas ocasionales modelos en posiciones sugerentes, e incluso una presencia masculina, la única de la exposición, que las acaricia con su mano trémula. Todas supuran ese tono cobrizo del daguerrotipo decimonónico, entremezclado en el lienzo con piezas geométricas de metal oxidado e irregulares incisiones sobre la madera, que aportan un toque decadente muy en consonancia con lo representado.
En cambio, del resto de la obra emana un erotismo más estilizado, ofreciendo otra de sus facetas: convertirse en una forma de exploración personal, de autoconocimiento a través de las conexiones que nuestra mente pueda elaborar a partir de la heterogeneidad de elementos que registramos con la mirada. Eso es lo genuino de la sintaxis que esta artista conceptual ha ido construyendo a lo largo de todo su trabajo creativo. De ahí que las mujeres de estas otras obras, carentes de rostro y convertidas en representantes de un poder evocador como tipo humano, tengan el pétreo tacto de las esculturas helénicas.
El cuerpo femenino marca el centro de las obras, pero se apoya siempre en determinados elementos que confieren un valor simbólico a lo puramente figurativo: triángulos de hierro, círculos de metacrilato y alambres con sinuosas formas curvas, metáfora también de la enorme fuerza onírica que suscita lo erótico. Cajitas de madera con la sensualidad solo alusiva de unas puntillas clavadas con alfileres, piezas representativas de lo íntimo, expuesto ahora a los ojos del observador; o nidos, arquitecturas naturales, que sirven de abrigo a cuerpos sin ropa de Filomenas a punto de mutar en ruiseñores. Este erotismo menos oscuro, mucho más diáfano, también se muestra en la serie Hetairas. Seis marcos rectangulares, que, a modo de ventanas al pasado, nos dejan ver otros tantos talles femeninos atravesados por unas líneas rojas de acetato que marcan, muy acertadamente, ese tránsito de lo corpóreo a otras esferas más sutiles del pensamiento. Elegantes posturas de unos cuerpos desnudos que se posan o danzan delante de brillantes círculos de pan de oro, dotando al grupo de ese toque refinado y distinguido que caracterizó a estas damas de compañía tan bien vistas en la antigua Grecia.
Cierro el texto volviendo a las ajenas palabras del comienzo. Espero, pues, que unas y otras creaciones logren provocar, siguiendo los versos iniciales de la poetisa uruguaya, que ascienda tu placer lentamente hasta sentirte un escaso animal. Eso será buena señal, pues quizá te habrás convertido, a la vez, en un ser pleno.
Fernando Cuadrado Mulero
Las obras estuvieron expuestas en la Fundación Gabarrón, Casa Pintada (Mula, Murcia, España).
Your pleasure
slowly ascends
wrapped in the mist of the primordial magma
and there are broken bird feathers in your hair.
Your pleasure, rare animal.
Cristina Peri Rossi
Erotic desire breaks through the thresholds of our perception. The senses, and here they are all worth it, engender it, but it is sight that is ahead of the rest in capturing sensations that stimulate our intimate appetites. Although, before I go on, I warn you, dear reader: this exhibition moves away from presenting eroticism only as an impulse towards sexual longing, perhaps a more culturally virile manifestation in which eroticism uses sex as power and domination. Patterns of behaviour that have been macerated for centuries and which the veil of political correctness has now been obscured. In fact, today the term has become part of expressions such as ‘erotica of power’, ‘of money’ or ‘of fame’. But, as I say, here we have the work of a woman and female eroticism is always more humanized, more aesthetic than carnal. At least, Miriam Martínez Abellán’s vision is closer to the representation of beauty in nudity and in the postures of the female body than to showing us images that seek to excite a primary passion. The choice and treatment of the photographs, as well as the attractive subtlety with which the artist places them in her compositions, attest to this. It is true that we find a series of works in which he uses images of that first pornography of the early 20th century, French postcards in which women, usually courtesans in need, pose in lingerie with explicit attitudes that suggest that immoral and ‘dirty’ side, if you will, of eroticism. But these prints become the gravitational center of a series of elements that take the spectator from the tangible to a world of forms and lines that has to do with the abstract imagination of the creator and her ethereal conception of the venereal. Yellow covers of old vinyls act as peepholes through which, like sudden voyeurs, we observe the scourging of one young woman, with dedication but without violence, on her snowy buttocks. This is the scene we are closest to, gluing our indiscreet eye to the glass of the viewfinder, in the double image below. Dark socks with garters, which show the legs of these occasional models in suggestive positions, and even a male presence, the only one in the exhibition, who caresses them with his trembling hand. They all ooze that coppery tone of the nineteenth-century daguerreotype, interspersed on the canvas with geometric pieces of rusty metal and irregular incisions on the wood, which give a decadent touch very much in keeping with what is depicted.
On the other hand, the rest of the work emanates a more stylized eroticism, offering another of its facets: to become a form of personal exploration, of self-knowledge through the connections that our mind can make from the heterogeneity of elements that we register with our gaze. That is the genuine syntax that this conceptual artist has been building throughout her creative work. This is why the women in these other works, who have no faces and have become representatives of a power that evokes the human type, have the stony touch of Hellenic sculptures.
The female body marks the centre of the works, but it is always based on certain elements that confer a symbolic value to the purely figurative: iron triangles, methacrylate circles and wires with sinuous curved shapes, a metaphor also of the enormous dream power that the erotic arouses. Little wooden boxes with the sensuality of a few pinned laces, representative pieces of the intimate, now exposed to the eyes of the observer, or nests, natural architectures, which serve as shelter to bodies without clothes of Filomenas about to mutate into nightingales. This less obscure eroticism, much more diaphanous, is also shown in the Hetairas series. Six rectangular frames that, like windows to the past, let us see as many female sizes crossed by red acetate lines that mark, very accurately, that transit from the corporeal to other more subtle spheres of thought. Elegant postures of naked bodies resting or dancing in front of shimmering circles of gold leaf, giving the group that refined and distinguished touch that characterized these ladies of company so well seen in ancient Greece.
I close the text by returning to the strange words of the beginning. I hope, then, that both of these creations will be able to provoke, following the initial verses of the Uruguayan poetess, that your pleasure will rise slowly until you feel like a scarce animal. That would be a good sign, for perhaps you have become a full being at the same time.
Fernando Cuadrado Mulero
The works were exhibited at the Gabarrón Foundation, Casa Pintada (Mula, Murcia, Spain).